sábado, octubre 08, 2011

Carta a Violeta (Gustavo Valcárcel)

Hoy, revisando mi literatura, me reencontre con Gustavo Valcárcel, poeta arequipeño y luchador que ha hecho más profunda (de cierta manera) la ruta ideológica en la que he decidido vivir.

De Valcárcel destaco su manera de vivir el amor y la revolución como efecto y causa (y visceversa) y la facilidad que tiene de contagiar y plasmarlo a través de sus letras.

"Carta a Violeta", poema escrito a su compañera de vida y de lucha, Violeta Graciela Carnero Hoke, quién fue su musa eterna y madre de sus 4 hijos, nos deja sentir el amor profuso tanto por ella como por sus causas.


Carta a Violeta

Te escribo desde tu propio hogar
Ciudad de México, 19 de noviembre,
enfermo como estoy en nuestra cama vieja
sintiendo despeñárseme la sangre
en pos de tí, río inacabable.



Sobre la almohada, a mi lado,
tibio yace tu último sueño
ahora en cambio la ciudad acoge
tu vehemencia de ola, tu vigilia de amor,
recorriendo el pan nuestro
que hoy día te lo debemos todos.


Antes yo escribía desde mi juventud
convertida en un gran reloj de cárcel
en romance de piedra, en pasto policial,
en tristeza y tristeza de mis ojos proscritos,
incomunicado entonces te escribía
desde una celda o cueva
donde tu nombre era lo único viviente.


Luego seguí escribiendote
desde Antofagasta, frente al Mar Pacífico,
desde Puerto Barrios, frente al Mar Atlántico,
desde Oaxaca, frente al tiempo,
desde ti, frente al cielo, en la orilla del mundo.
Y aún cuando te miran mis ojos fijamente
me parece que son frases sus miradas
de un alfabeto que fui incapaz de escribir.


Después de tantos meses de silencio
sentí esta mañana el deseo de escribirte
de escribirte una cosa muy sencilla:
para tanto amor, hemos sufrido poco
para tanto amor, hemos hablado poco
para tanto amor, no hemos vivido nada.


Vivir -¿Me oyes?-, vivir un día, un día nuevo
en el que nadie nos persiga
ni nadie nos embargue
ni se nos corte la luz por unos pesos
ni se nos acuse de extranjeros.


Vivir un día nuevo
en el que trabajemos sin lágrimas ni odios
pudiendo sentirnos camaradas de todos
y en el que por fin nos sea devuelto
el Perú de tus entrañas, nuestro Perú del llanto.

Vivir -¿Me oyes?-, vivir un día nuevo
en que la verguenza no nos astille el ojo
como cuando se enteran nuestros hijos
de esta paternal orfandad de dos monedas.

Vivir un día nuevo. Un día, en suma,
en el que podamos cantar todos los hombres
después de sentarnos en la yerba
a jugar a la comidita
-Como dice nuestra hija-
sin que a nadie le falte qué comer.